Tuesday, March 4, 2014

MATEO 28:18-20 EL ENCARGO


MATEO 28:18-20

EL ENCARGO


Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.  Por tanto id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.”

A veces oìa comentarios como el siguiente: “Aquí en España, la obra va muy despacio.  No se puede esperar grandes números de conversiones”.  Y a veces tengo la impresión de que esto es una excusa, o una cobertura, del hecho de no evangelizar.  ¿Es el español hecho de una manera distinta del suramericano, o del francés, o del inglés, o del africano?  No lo creo.  En todo lugar hay la dificultad de que el hombre es terco, pecador, y  rebelde a Dios; de que Satanás se opone al evangelio, y hace todo para que los creyentes no evangelicen; de que las personas son más interesadas en beneficios materiales inmediatas que en lo espiritual.  Pero también, en todos los lugares tenemos la ventaja de que el Espíritu Santo obra en los corazones, de que tenemos la Palabra de Dios que es verdad, y de que Cristo ha cambiado vidas, lo que proporciona una prueba importante para apoyar la evangelización.

Según el versículo 16, Jesús hablaba directamente a los once.  Algunos han sugerido que el gran cometido era únicamente para ellos, y por eso no hay que bautizar hoy en día.  Pero Jesús dice: “enseñándoles (a los discípulos) que guarden todas las cosas que os he mandado…”  Por tanto, este mandato se perpetúa a través de todos los discípulos, ya que ellos tendrán que hacer lo mismo que los once tuvieron que hacer.  En la misma manera vemos que el mandato de evangelizar está extendido a todos los discípulos.

En Hechos 1:8, vemos el propósito para la recepción del Espíritu Santo:
Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. 
¿A quién hablaba Jesús?  Según el versículo 15 se dirigía a los que obedecieron al mandato del versículo 5 de no ir de Jerusalén, sino de esperar la venida del Espíritu Santo, eran alrededor de ciento veinte.  Estos recibieron el Espíritu Santo, y, por tanto, fueron capacitados para ser testigos.  Según Hechos 1:15, no eran 11, sino 120.  Pero ¿a quién más se aplicó esa promesa/mandato?  En Hechos 11:15, en casa de Cornelio, Pedro contará que “cuando empecé a hablar, cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre nosotros en el principio”.  Todos recibieron el Espíritu Santo en la misma manera.  No hay enseñanza que indica que ciertos dones tienen que acompañar siempre la recepción del Espíritu Santo, pero una cosa está clara: que la recepción del Espíritu Santo es siempre para que seamos testigos de Jesucristo: testigos que hablan de él en todas partes.

Vemos cómo los primeros creyentes obedecieron al Gran Cometido, cada uno a su manera.  En Hechos 11:19, leemos:
“Ahora bien, los que habían sido esparcidos a causa de la persecución con motivo de Esteban, pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando a nadie la palabra, sino a los judíos.  Pero había entre ellos unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús”.
En este texto vemos varias maneras en las cuales cumplieron el Gran Cometido que Jesús hizo en Mateo 28:19-20. 
lalaounteV   “hablar” en el sentido de charlar entre vecinos, chismear (¡hay buenos chismes!)
euaggelizomenoi “anunciar, proclamar el evangelio”.
Otra manera en que cumplieron el mandato como iglesia en Jerusalén fue formando piña para el evangelismo público: Hechos 2:45 “perseverando unánimes cada día en el templo”;  5:12 “todos unánimes en el pórtico de Salomón”  (En el contexto es obvio que era el lugar para proclamar el evangelio en público.  Ya que no usaron altavoces, ¡no fue necesario pedir permiso!)

I   Como creyentes, somos testigos que han visto la gracia de Dios
1)             La hemos experimentado personalmente (Ef. 1:6; 2:8-9)
2)             La hemos visto expuesta en las Escrituras
3)             La hemos visto manifestada en la vida de otros
4)             Si la hemos visto es normal que la admiramos
5)             Si la hemos experimentado, es normal que seamos sumamente agradecidos
6)             Si la hemos entendido es normal que vemos la necesidad de los demás de experimentarla también.
7)             ¿Qué impacto tiene la gracia de Dios en tu vida?  ¿Se puede notar que la has visto, experimentado, y entendido hasta cierto punto?  Si no, te aconsejo que la busques en la presencia de Dios, por la fe.
II Como testigos, hemos de declarar lo que hemos visto (Hechos 4:20 “porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”).
1)             Un testigo está obligado a declarar ante el juez.
i                Ninguna excusa le permite mantener silencio.
ii              Si no habla, es considerado un desacato al tribunal.
iii            Además, el silencio del testigo permitirá que se haga una injusticia.
2)             El que ha experimentado la gracia de Dios tiene la obligación de hablar de ella a otros.
i                Es una obligación legal ante Dios.
ii              Es una obligación moral ante los hombres.
3)             Quizá no eres un evangelista, en el sentido que no tienes ni el don ni la vocación especial.  No tienes que sentirte culpable por eso.  Pero eres un testigo, y si no hablas, sí que tienes que sentirte culpable.  Pero que sea una culpabilidad que te empuje a hablar.
III   Como testigos que ya han hablado, queremos demostrar la veracidad de lo que decimos (Hechos 3:16 “Y por la fe en su nombre, a éste, que vosotros veis y conocéis, le ha confirmado su nombre; y la fe que es por él ha dado a éste, esta completa sanidad en presencia de todos vosotros”).
1)             Cualquier testigo ante el tribunal aumenta mucho el valor de su testimonio si puede aportar pruebas: lo que se llaman a veces “piezas de convicción”.  Por ejemplo, si el testigo de un crimen es un policía, puede ser que aporte un arma con las imprentas digitales del acusado.
2)             Pedro y Juan tuvieron como prueba visible la sanidad de aquel hombre cojo.  ¡Fue todo una prueba visible!
3)             Eso fue obra de Dios.  Si tú ves a Dios sanar a alguien de manera dramática, también puedes utilizar eso como prueba para apoyar tu testimonio.  Pero si no ves eso, tienes que ver cuál otra cosa Dios está haciendo. 
i                Puedes demostrar cómo Dios está obrando en la vida de otra persona, cambiando su manera de ser. 
ii              Pero lo más eficaz es demostrar lo que Dios está haciendo en tu vida, cuando él te libera de tus malos hábitos y te da amor hacia los demás.
4)             Tenemos que pedir al Señor que opere cambios en nuestras vidas, cambios que demuestren el poder de su gracia.
IV La decisión del “jurado”, aquellos que oyen nuestro testimonio, no depende de nosotros (1 Co. 3:6)
1)             Igual como en el tribunal, el testigo no puede garantizar la reacción del jurado, tampoco nuestro testimonio puede cambiar necesariamente la decisión que tomarán nuestros oyentes cuanto a Jesucristo.
2)             Los que oyeron el testimonio de los 120 tomaron decisiones variadas.  3.000 se arrepintieron en aquel día, pero los demás permanecieron en sus pecados.  Y no fue por falta de pruebas.
3)             Sin embargo, los 120 consiguieron una iglesia como consecuencia de su testimonio.
4)             Esteban, por otro lado, consiguió el martirio.
5)             ¿Qué conseguirás tú con tu testimonio?  ¿Qué algunos se convierten?  ¿Qué se ríen de ti? ¿Qué te rechacen? ¿Qué respeten tu fe?  Esto no lo sabemos hasta que lo probemos. Pero tampoco importa.  Es decir, debe importarnos que la gente se convierta o no, pero no es de nuestra incumbencia; no es nuestra decisión.  Cada uno será responsable por sus propias decisiones.  Tú serás responsable por haber sido un testigo fiel, que no mantiene su fe y su salvación escondida debajo de la almohada.

                        Lo importante en todo esto, pues, es que eres un testigo.  No es que deberías ser un testigo, sino que lo eres.  Eres un testigo de la gracia de Dios.  Has visto, oído, y experimentado.  Puede ser que eres un testigo que dice la verdad, o que seas un testigo silencioso, que deja que el mundo vaya por su marcha, que los individuos vayan hacia el infierno, sin tu intervención.  Yo no podré cambiar esto, ni nadie más.  Tú tendrás que vivir, sin embargo, con las consecuencias de no intervenir cuando habrías podido intervenir.  ¿Te puedes imaginar ante el trono eterno, viendo a algún conocido siendo condenado eternamente, y este conocido te mirara con reproche, preguntando, en su angustia: “¿Por qué no me lo advertiste?”?  Sólo este pensamiento debería ser suficiente para que el creyente más tímido encuentre alguna manera de compartir su fe.


CONCLUSIÓN



Como hemos dicho al principio de este estudio, el Evangelio de Mateo es un libro rico en materia para el predicador.  Gran parte del Evangelio consiste en las palabras del predicador por excelencia, Jesús mismo.  De él podemos aprender cómo comunicar tanto con los creyentes, como con la muchedumbre que no sabían qué creer.   Jesús comunicó a veces con preguntas que estimulaban el pensamiento serio, a veces con afirmaciones chocantes (como cuando habló de la destrucción del templo), a veces con alusiones a la naturaleza, y a veces con relatos, que fueran inventados o ciertos, no lo sabemos.  Pero estos relatos y alusiones servían para ilustrar las grandes verdades eternas en una manera que captaba la atención de la gente.  Porque Jesús sabía que la verdad más sublime no servía a nadie si no era comunicado en una manera que la gente escuchara y, además, captara el sentido y la aplicación de ello.

Si el predicador encuentra algo útil en estos esquemas, que los utilice con toda libertad.  Pero le aconsejo que intente hacer su propio esquema primero, para poder estar seguro de haber digerido bien el mensaje que tiene que predicar.  Si, después de ello, prefiere utilizar uno de mis esquemas, o, mejor, una parte de uno de mis esquemas (adaptándolo a su propio estilo), pues, ¡adelante! ¡y que el Señor te bendiga!



John Francis

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